Hay actores que interpretan, luego está Yankel Stevan, quien literalmente desaparece. Con sus 30 años recién cumplidos, el rostro detrás de fenómenos como Control Z y la próxima película de terror, No me sigas, celebra una carrera en ascenso con una filosofía inquebrantable: “A mí me gusta comer m*erda, Johan. Si no como m*erda en un proyecto, no lo hago”.
La portada de Diciembre para Dapper Magazine no es la de una estrella emergente, es la de un artesano obsesivo. En una conversación sin filtros, Yankel Stevan desarma su proceso, revela la terapia personal que es cada personaje y perfila el futuro de un creador que ya no pide permiso.

De actor a productor
“Cambió mi vida mucho”, confiesa sobre haber llegado a la tercera década. No es un cambio caprichoso, sino terrenal. Stevan está en plena transición de ser un intérprete a un contador de historias con total agencia.
Su próximo proyecto, Codependencia, marca un parteaguas: es su primera película como productor, una historia sobre adicciones e hipersensibilidad que lo llevó a pagar un precio humano brutal por el realismo.

El método Yankel Stevan
Para Codependencia, su preparación fue un descenso a los infiernos. “Me metí a un anexo en Tonalá como si fuera un adicto más. Nadie sabía que era actor”. La experiencia duró 39 horas de un plan de 72, hasta que una psicosis lo obligó a salir.
“Tardé un mes y medio en regresar a la realidad”, admite. Esa inmersión radical no es masoquismo; es la esencia de su credo: abarcar cada personaje “desde abajo”.
Pero este método es, para él, también una forma de curación personal. Stevan se define como “súper introvertido”. Personajes como Raúl, el hacker justiciero de Control Z, o el protagonista de No me sigas (su segunda vez usando una máscara en pantalla), le han servido para trabajar sus propias máscaras.
“Aprovecho y trabajo cosas mías personales que me ayudan a superar miedos (…) estos personajes me ayudan mucho a poder ser yo, que es lo más cagado de todo”.

La definición del éxito
Le preguntamos por un momento de validación y él no menciona un premio. Recuerda dos escenas: estar junto a Lenny Kravitz y Cher en la reapertura del Studio 54 en Nueva York, y ver a 530 personas abarrotar el Teatro Matamoros en Morelia para ver No me sigas. “Son nuestros momentos de decir gracias al esfuerzo”. Su brújula es clara: el éxito es la conexión humana.
Esto explica su relación con sus fans. “Por ellos estoy aquí”, sentencia. “Somos su aliviane en el mundo en el que estamos viviendo”. Ve el cine y la televisión no como un entretenimiento pasajero, más bien como parte del “proceso vivencial de la gente”.

Contar las historias que nadie se atreve
Yankel Stevan no mira hacia Hollywood; mira hacia adentro. Sus modelos a seguir son directores mexicanos como Alfonso Cuarón y Diego Luna, no por sus éxitos globales, sino por su voluntad de “producir películas que la gente no quiere producir”.
Su lista de deseos actorales es reveladora: ansía interpretar a un asesino serial, pero no uno superficial. Busca “un porqué”, una historia como el controvertido “Caso Cumbres” que le permita explorar la psique humana en sus abismos.

Verse bien es sentirse bien
En un medio obsesionado con la imagen, la definición de Stevan sobre “verse bien” es un manifiesto: “Salud emocional y mental, güey. Yo creo que el verse bien es sentirse bien”. Abre su propia lucha con la depresión para desestigmatizarla. “Da igual lo que te pongas… mientras estés bien por dentro, hasta la piel te cambia”.

No aceptes un “No”
¿Qué quiere que transmita esta portada? Una frase de batalla: “Que nunca acepten un no como respuesta. Jamás”. Su propia carrera, dice, “está construida a base de la cantidad de no’s que me han dicho”. Es un mensaje para una generación: el rechazo no es un veredicto, es el material bruto con el que se forja el camino propio.
Al final de la charla, queda claro que Yankel Stevan no busca fama; busca crear. Se ve a sí mismo creando, produciendo, escuchando a su audiencia.
“Poder empezar a crear mis propios productos… para mí eso es mágico”.
En un ecosistema cultural a veces complaciente, Stevan es el recordatorio incómodo y necesario de que el arte verdadero no se hace desde la comodidad, sino desde el fondo del pozo, trayendo a la superficie, cada vez, un pedazo de verdad cruda y transformadora.
