Con una vista digna de postal, el Monte Fuji es uno de los íconos naturales más representativos de la cultura japonesa e incluso es reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Siendo un lugar sagrado desde la antigüedad para la cultura japonesa, y las diferentes religiones que habitan el país asiático; en sí, la región ha estado rodeada de misticismo desde tiempos remotos de la humanidad. No fue hasta la dinastía Meiji (finales del siglo XIX) que las mujeres pudieron subir a la cima, justo a la par de que la primera persona no japonesa realizó esta hazaña.
A pesar de esto actualmente, sus más de 3700 metros sobre el nivel del mar, lo hacen un destino atractivo e idóneo para los fanáticos del alpinismo, así como para aquellos que busquen conectarse con la naturaleza y alejarse del mundo moderno por unas horas o días.
Justo en la cima del Fuji se encuentra un cráter que está rodeado por un circuito de ocho picos, los cuales general un escenario sin igual para poder observar los lagos, las montañas y el mar que se encuentra a la redonda.
Esta joya de la naturaleza ha sido la fuente de inspiración de varios artistas japoneses a lo largo de la historia. El perfil de este volcán/montaña es sorprendentemente simétrico que de no ser por lo que encontramos a su alrededor creeríamos que vemos desde el mismo punto, situación que ilustra ampliamente el maestro del grabado japonés Katsushika Hokusai con sus Treinta y seis vistas del Monte Fuji, siendo la primera placa, “La gran ola de Kanagawa”, la más popular a nivel internacional.
Este lugar sagrado te transportará al centro de la cosmovisión artística japonesa, la cual es fuente del misticismo nipón que ha cautivado a varias generaciones a lo largo de la humanidad y el descubrimiento del continente lejano.