Fiel a su estilo de enaltecer el vino con experiencias memorables, Hacienda La Laborcilla organizó una cena maridaje dedicada al elegante e impredecible Pinot Noir. Una velada que no solo celebró su cava, sino que nos llevó a recorrer el mundo copa en mano, cruzando tres continentes en cuatro tiempos culinarios.
El inicio fue prometedor: un Cuvée Rosé Laurent-Perrier, champaña pionera en su tipo, que sirvió como carta de presentación. Historia líquida que se dedicó a abrir el apetito, el ánimo de explorar e incluso que la velada se convirtiera en una experiencia grupal pero íntima.
Para el primer tiempo, posiblemente mi favorita en Querétaro, la ensalada de la casa, se acompañó con un Pinot Noir de la Patagonia: Chacra Cincuenta y Cinco. Ligero, clásico y con una acidez frutal que complementaba con precisión la frescura del plato, sin robarle protagonismo.
El segundo vino nos llevó al corazón de Europa: Elena Walch Ludwig, un pinot nero de Trentino-Alto Adige, Italia. A título personal, el mejor de la noche. Con una berenjena a la parmigiana, fue una combinación que no necesitó decir mucho: simplemente brilló.
El plato fuerte propuso un duelo a ciegas entre el viejo y el nuevo mundo. La picaña con risotto trufado de hongos fue la base para probar dos etiquetas: Domaine Drouhin Laurène de Oregón, Estados Unidos, y Joseph Drouhin Vosne-Romanée de Borgoña, Francia. Aunque muchos se inclinaron por el francés, una obra maestra por sí sola, encontré que el estadounidense se elevaba con el plato, como si ambos se impulsaran mutuamente.
Y como toda buena cena merece un cierre a la altura, el postre llegó en forma de un profiterol relleno de helado de vainilla, bañado en chocolate amargo. El maridaje: Schubert Marion’s Vineyard de Nueva Zelanda. El sommelier nos compartió un dato curioso: la región donde se cultiva este vino tiene un clima tan similar al de Borgoña que parece una broma de la naturaleza. Coincidencia o no, el resultado en la copa fue tan elegante como inesperado.
Así, entre historias, etiquetas icónicas y maridajes bien pensados, Hacienda La Laborcilla reafirma que no solo es un referente culinario en Querétaro, sino un destino para quienes entienden que el vino no sólo se bebe: también se vive.