Saint-Tropez es un destino, sí, pero también es una filosofía de verano donde el estilo y la comodidad se unen con el glamour mediterráneo. Para este 2025, el código de vestimenta tropezien sigue dominado por piezas atemporales que celebran el dolce far niente sin sacrificar sofisticación.
Telas que respiran
El lino blanco sigue reinando en las terrazas de Le Club 55, pero con un giro: ahora se mezcla con shirting de algodón orgánico en tonos crudos o azul hielo, tejidos que protegen del sol sin sobrecalentar.
Los pantalones tipo walking shorts (no demasiado largos ni excesivamente corto) en lino o seda liviana son el punto medio perfecto entre lo casual y lo refinado.
La clave está en las costuras relajadas y los cortes oversize que permiten fluidez al caminar por el puerto o entre mercados de flores.
El toque Tropezien
Olvídate de los estampados recargados. Este año, el estilo local apuesta por:
- Camisas tipo safari con bolsillos discretos (pero no caigas en el cliché de safari, literal)
- Zapatos que van desde espadrilles de La Maison Rondini hasta mocasines sin calcetines en piel de becerro.
- Accesorios estratégicos como un sombrero panamá doblado con desenfado (nunca nuevo) y gafas de sol con montura delgada en acetato tortoise.
Noches con brisa marina en Saint-Tropez
Cuando el sol cae, el dress code cambia a siluetas fluidas pero limpias: camisas de popelina con cuello abotonado (abierto un botón, nunca dos), pantalones de drill ligero en tonos arena y blazers sin forro en lana liviana para esas cenas en L’Opera. El truco está en mezclar texturas, no colores.
Salud como prioridad
Aquí entra el ángulo health: las nuevas telas con protección UV+ (como las que usan Loro Piana o Brunello Cucinelli) son inversiones inteligentes, igual que los sombreros de ala ancha que protegen sin parecer médicos.
Saint-Tropez es un lugar para ser visto, pero también para cuidarse: hidratación constante y un perfume cítrico (como Eau de Guerlain) completan el ritual.
Vestir en Saint-Tropez no sigue tendencias efímeras; es un ejercicio de slow fashion donde cada pieza debe servir para pasar del yate al restaurante, de la playa a la galería de arte, sin perder un ápice de elegancia. Y lo más importante: reflejar esa actitud despreocupada pero deliberada que define el verdadero lujo mediterráneo.