Un pasaporte a Francia: Así se vivió La Feria del Vino Francés en The Carter Bar

En un entorno donde los eventos suelen buscar impresionar desde el exceso, La Feria del Vino Francés eligió otro camino: el del detalle, la conversación, el descubrimiento pausado. Porque el lujo no está en lo ostentoso, sino en lo bien pensado.

En un mundo donde las experiencias importan más que los objetos, La Feria del Vino Francés fue una invitación a viajar con los sentidos. El pasado viernes 23 de mayo, The Carter Bar, ubicado dentro de Hacienda La Laborcilla, se transformó en un salón de embarque enológico: no había maletas, pero sí un pasaporte de cata como guía para recorrer la geografía vinícola de Francia, región por región, copa por copa.

 

 

La experiencia no fue solo para entendidos, sino para todos aquellos dispuestos a dejarse sorprender por la riqueza de un país donde el vino es religión, identidad y legado.

 

 

El evento reunió 22 etiquetas, cuidadosamente seleccionadas para representar la diversidad y complejidad del vino francés. Desde los blancos frescos de Loire y Alsace, pasando por la elegancia espumosa de la Champagne, los tintos intensos de Bordeaux y Rhone, hasta las notas más cálidas del Languedoc, Corse y Provence. También se incluyeron joyas con denominaciones de prestigio como Pomerol y Hermitage, nombres que para muchos ya son sinónimo de arte embotellado.

 

 

Más allá de la cata, cada copa fue una postal sensorial de su región. Un trago del norte traía consigo la mineralidad de suelos calcáreos; uno del sur, la intensidad del sol mediterráneo. Todo estaba pensado para resaltar el terroir, ese concepto tan francés que traduce el alma del lugar en cada sorbo.

 

 

Quizás el detalle más encantador de la noche fue el pasaporte de vinos, una libreta que no solo guiaba el recorrido, sino que invitaba a interactuar, reflexionar y guardar en papel lo que el paladar descubría. En él, cada etiqueta tenía su espacio para ser calificada, comentada y clasificada. Una forma elegante y lúdica de convertir una cata en algo más personal, más consciente.

 

“El objetivo es explorar la diversidad y riqueza del vino francés, copa a copa”, decía el prólogo del pasaporte, y no mentía. Lejos del consumo acelerado, la propuesta era detenerse, oler, saborear y decidir: ¿qué prefieres?

 

 

Por su parte, la elección de The Carter Bar como sede no fue casual. Con su estética sobria y su carta especializada, el lugar resultó perfecto para sumergirse en el ritual del vino sin distracciones. A eso se sumó una ambientación cuidada y un equipo atento, que explicó con claridad los perfiles, maridajes y denominaciones de cada región.

 

 

Al final, cada asistente se llevó algo más que un paladar afinado. Se llevó el recuerdo de una noche donde el vino se volvió lenguaje y el gusto, geografía. Donde cada copa narró una historia con acento francés, pero con resonancia universal.

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