Mientras el mundo se envuelve en luces y villancicos, hay una melodía que es inevitable de escuchar: Last Christmas. La canción de George Michael es hoy, más que nunca, el himno universal de estas fechas.
La misma voz que le regaló al invierno su banda sonora más famosa se apagó hace nueve años la Navidad de 2016. Esta Nochebuena, entre el brindis y la nostalgia, hacemos una pausa para honrar la vida y el legado de un artista que se volvió eterno precisamente en la fecha que mejor lo representa.
La navidad de George Michael
La conexión de Michael con la Navidad es profunda y compleja. Last Christmas, escrita en apenas una hora en el pequeño teclado de su habitación de la infancia, se convirtió en un clásico instantáneo que, paradójicamente, no alcanzó el número uno en el Reino Unido hasta 2020, mucho después de su muerte.
Su otra gran aportación navideña llegó en 1984, cuando puso su voz en Do They Know It’s Christmas? del supergrupo Band Aid, donando además todas las regalías de su éxito a la caridad. La ironía poética no puede ser mayor: el hombre que cantó con tanta fuerza sobre el espíritu de estas fechas encontró su final en pleno día de Navidad, a los 53 años.

El hombre detrás del mito
La imagen pública de George Michael, la del ídolo pop impecable de Wham!, convivió siempre con un ser humano de una vulnerabilidad conmovedora. Su salida del clóset, forzada por un escándalo mediático en 1998, fue un momento que él transformó en un acto de reivindicación.
Años antes, la pérdida de su gran amor, el diseñador Anselmo Feleppa, a causa del sida en 1993, lo sumergió en una profunda depresión.
El final llegó en la soledad de su casa en Goring-on-Thames. Fue encontrado sin vida en la mañana del 25 de diciembre por su entonces pareja, Fadi Fawaz. La autopsia determinó que su muerte fue natural, producto de una cardiomiopatía dilatada y miocarditis, agravada por una esteatosis hepática (hígado graso).
Tres años después, en otra trágica coincidencia, su hermana Melanie también fallecería un 25 de diciembre.

El legado
Más allá del escándalo y la fama, el legado más puro de George Michael es su descomunal generosidad, casi siempre anónima. Lejos de los focos fue un filántropo incansable.
Destinó las ganancias de Last Christmas y Jesus to a Child a organizaciones benéficas como Childline. Pagó deudas de desconocidos, donó £15,000 para un tratamiento de fertilidad que escuchó en un programa de televisión, y trabajó como voluntario en un refugio para personas sin hogar, pidiendo que no revelaran su identidad.
Donó millones a la lucha contra el VIH/sida y organizó conciertos benéficos, como uno dedicado a enfermeras en agradecimiento por los cuidados a su madre. A pesar de sus demonios, canalizó su fama y fortuna al bienestar de los más vulnerables.

Las cifras hablan por sí solas: más de 100 millones de discos vendidos en todo el mundo, siete álbumes número uno en el Reino Unido, y una colección de himnos que definieron una era: desde Careless Whisper y Faith hasta Freedom! ’90.
Esta Nochebuena, cuando escuches su voz, recuerda que George Michael nos enseñó que incluso un corazón roto, como el de su canción, puede generar un legado de amor. Por eso, cada Navidad, él vuelve a casa. Por eso, nunca se fue.