El vino blanco, por su ligereza, es un acompañante ideal para los platillos de Cuaresma. En esta época, cuando la tradición invita a evitar las carnes rojas, se abre un abanico de posibilidades donde los mariscos cobran protagonismo. ¿Cómo podemos llevar sus cualidades a otro nivel?
Un maridaje ideal para el vino blanco recae en los pescados de carne firme y delicada, como el robalo o la lubina, que al ser preparados al horno con hierbas aromáticas y limón resaltan sus sabores sin opacar la sutileza de un buen Sauvignon Blanc o un Chardonnay sin madera. En una versión más sofisticada, un ceviche de camarón con cubitos de mango y cilantro encuentra en un Albariño su mejor contrapunto, equilibrando la acidez del cítrico con la mineralidad del vino.
Las pastas y los risottos vegetarianos también se erigen como alternativas ideales para esta temporada. Un risotto de espárragos y queso parmesano, con su cremosidad, encuentra armonía en un Verdejo o un Pinot Grigio, cuyo frescor limpia el paladar tras cada bocado. Igualmente, una pasta con salsa de queso azul y nueces adquiere una dimensión inesperada cuando se acompaña con un vino blanco de buena acidez, que equilibre la untuosidad del platillo.
Si, en cambio, prefieres opciones más ligeras, una ensalada de hinojo, naranja y almendras laminadas resulta en una propuesta refrescante que, al combinarse con un vino blanco espumoso o un Gewürztraminer, realza tanto los matices cítricos como la textura crujiente de los ingredientes.
Para quienes buscan un toque más indulgente, una tabla de quesos frescos y frutos secos, servida con pan de masa madre, brinda un cierre perfecto a una comida cuaresmal. En este caso, un vino blanco semiseco, con notas florales y frutales, puede ser el compañero idóneo, potenciando los sabores sin sobrecargarlos.
La Cuaresma puede ser un momento de introspección y creatividad gastronómica, así que no temas a la hora de planear tu menú.